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9.6.02

Negocio de la banca offshore en la crisis argentina (2)





Debido a las presiones de Estados Unidos y del FMI el gobierno se vió
obligado a liberar el mercado de cambios antes de lo previsto y a proteger a
los bancos, decidiendo que sean sólo las casas de cambio las habilitadas
para vender y comprar divisas. Pero se trata de un mecanismo aparente. Son
los bancos los que proveen de dólares a las casas de cambio, para oxigenar
así de pesos a las grandes empresas deudoras que ahora pagaran sus cuentas
en signo nacional, después de haberlas licuado a través de la "pesificación"
uno a uno. Entonces, ¿en esa licuación, pierden los bancos? No, de ninguna
manera. Si bien originalmente "pesificaron" sus créditos a un peso por un
dólar y sus deudas a 1,40 pesos por dólar, el Estado emite títulos de su
deuda a favor de la bancos para compensar esa supuesta pérdidas, pero son
bonos canjeables por dólares billete.

Esta complicada operación representaría un valor total de 11.000 millones de
dólares de beneficio para la banca, casi la misma cifra que, en cumplimiento
del régimen bancario anterior, tiene depositados en el Banco Central.

Ya llevamos contabilizados a favor de los bancos una incautación de 74.000
millones de dólares en un plazo no superior a los 90 días. Aunque Argentina
nunca hubiese entrado en "default" y se caracterizase por poseer una
economía en crecimiento y ser una impecable pagadora de sus deudas, nunca,
jamás, la banca acreedora hubiese podido soñar con recibir, en tan poco
tiempo, el pago de casi la mitad de todos sus créditos a este país. Y con un
agravante, pese a haberse quedado con 74.000 millones dólares, la banca
acreedora -reiteramos que muy especialmente la norteamericana- sigue siendo
acreedora de la deuda externa argentina formal.

Pero hay más. El Banco Central, que ve reducir sus reservas reales a pasos
acelerados porque lanza dólares al mercado para tratar sin éxito de
controlar la cotización de la divisa, en algo más de cuatro meses lleva
prestados a los bancos unos 16.000 millones de dólares, préstamos que no han
sido ni serán devueltos porque los bancos dicen que están en quiebra. Esos
90.000 millones de dólares fueron sacados del país por lo bancos que
actualmente le dicen a sus clientes que no tienen efectivo para hacerle
frente a las cuentas a la vista ni para reembolsar los depósitos a plazo.
Entre marzo y noviembre del año pasado, esos mismos bancos, con los
norteamericanos a la cabeza -aunque los europeos como el BBV, Santader y
Credit Agricole recurrieron al mismo mecanismo- ya habían fugado del país
unos 20.000 millones de dólares.

En resumen. En casi catorce meses, el sistema bancario que opera en
Argentina succionó hacia el exterior unos 110.000 millones de dólares,
aunque como ya lo señalamos todavía tiene en su poder los títulos para
demandar el cobro de la deuda externa, cobro cuya efectividad está a cargo
de la oficina de relaciones políticas del IPG, más conocida como Fondo
Monetario Internacional (FMI).

En tanto dentro de la plaza monetaria local quedaron sólo 50.000 millones de
pesos devaluados frente al dólar en más de un 300 por ciento y expresados en
ese signo y en cuasi monedas provinciales y federales. Los tenedores de esas
masas monetarias solamente tienen dos objetivos: no ser capturados por los
bancos y concurrir al mercado cambiario en pos de dólares.

Aquellos 110.000 millones de dólares incautados por los bancos fueron a
parar al circuito "offshore" del mismo sistema bancario, en el cual se
cobran tasas de interés a veces más altas que la ordinarias, a la vez que se
recibe protección y resguardo frente a los regímenes fiscales e impositivos.
Todos tienen el derecho de preguntarse adónde fue a parar ese dinero, pero
no hay que pensar en la existencia de túneles secretos ni de senderos
tortuosos. Es muy probable que esos dineros hayan sido cobrados a través de
cuentas bancarias abiertas fuera de la Argentina, sobre todo en plazas
"offshore" como Islas Caimán y Antigua, pero también en Canadá y en la isla
de Mann, en Gran Bretaña.

Generalmente, esas masas dinerarias regresan al circuito legal a través de
algunos de los tantos fondos de inversión más fuertes del planeta. Además,
buena parte del dinero succionado a la Argentina vía fuga de capitales
sirvió para engrosar las masas líquidas y exentas de todo impuesto
acumuladas en la banca "offshore" y que la economía de Estados Unidos
(cabeza política y militar del Imperio Global Privatizado) necesitó para
ejecutar la operación de lavado de dinero más importante de las últimas
décadas: usando la excusa de los atentados del 11 de septiembre del 2001, el
corporativismo empresario y financiero norteamericano recibió una inyección
de más de 500.000 mil millones de dólares, bocanada de aire financiero vital
para proseguir su campaña en pos del hegemonismo dentro del IPG, frente a
los intereses de la Unión Europea (UE) y de la nueva emergencia del Sudeste
asiático, esta vez de la mano de China (país reconocido por el FMI como
próxima cuenca de poder económico).

Otra parte significativa del botín sustraído de la Argentina será utilizado
por el mismo sistema bancario -a través de financiaciones directas y de sus
fondos de inversión- para adquirir una significativa parte de la empresas
privadas locales que se encuentran en "default", que acumulado llega a los
5.000 millones de dólares.

Es por eso que el FMI presiona para que el gobierno argentino ponga en
vigencia una norma que el IPG considera imprescindibles -una nueva ley de
quiebras- y para que derogue otra que considera inaceptable, la llamada ley
de subversión económica.

Si se sanciona un nuevo régimen de quiebras a gusto del FMI, ninguno de los
grupos locales que se encuentran en estado de precariedad financiera podrá
soportar las presiones de su acreedores, en su mayoría bancos del sistema
que provocó, con la complicidad de la corporación política nativa, la
destrucción de la economía local.

Si el FMI logra finalmente la derogación de la ley de subversión económica,
todos los banqueros que por presión popular se están viendo sometidos a la
justicia -acusados de maniobras fraudulentas- deberían quedar fuera del
alcance de los tribunales, gozando de total impunidad.

Sin esas operaciones no existiría el capitalismo

En el ya citado libro "El color del dinero", el autor de este artículo
señala que las autoridades fiscales y de contralor policial de los países
desarrollados -con Estados Unidos en primer lugar- gastan millones de
dólares por año para imponer y supuestamente hacer observar estrictas
legislaciones contra la economía negra, la evasión fiscal y el lavado de
dinero. Sin embargo, esa actividad estatal esconde un doble discurso, porque
el modelo económico global del tercer milenio necesita del dinero negro o
asistemático, como lo denominan los técnicos, de la misma forma que depende
del dinero blanco, legal o sistemático.

Los capitales pasan de la ilegalidad a la legalidad con total facilidad, y
es lícito sospechar que sucede así porque así lo permiten las reglas de
juego, las que por lo tanto no están tan comprometidas como parece en la
lucha contra el dinero sucio. "¿Alguien revisa el origen de los capitales de
los inversores extranjeros?", preguntó el fiscal norteamericano John Moscow
durante un ciclo de jornadas sobre prevención del fraude y la corrupción,
realizado en Buenos Aires en abril de 1998. "El poder se desplazó de los
gobiernos a las empresas", sentenció en aquella oportunidad el fiscal
neoyorquino, frase que de alguna forma -inclusive involuntaria- remite a la
categoría de análisis que venimos desarrollando en esta serie de artículos
distribuidos por "La Otra Aldea": la del Imperio Global Privatizado.

Los servicios de inteligencia del Tesoro norteamericano nos dan una versión
más descarnada. Reconocen que el sistema no quiere -ni le conviene- acabar
con la economía negra. Simplemente hay que regularla, para que no se rompan
las cotas de un equilibrio emprendedor; es decir, para que los montos
asistemáticos que circulan en el mundo no provoquen una reducción drástica
de las masas monetarias sistemáticas que se necesitan para mantener las
bases imponibles de los Estados, y por consiguiente la sobrevivencia de sus
respectivas burocracias. Claro que ese punto de equilibrio comenzó a
desplazarse unos cuantos grados a favor del dinero negro en la medida que
los Estados de la modernidad pasan a ser paulatinamente reemplazados en sus
funciones por las corporaciones privadas multinacionales, fenómeno éste que
su ubica en el centro de nuestra concepción acerca del Imperio Global
Privatizado.

En ocasión de nuestra investigación que culminó en el libro "El color del
dinero" fuentes del propio gobierno norteamericano admitían lo siguiente: la
secretaría del Tesoro y todas las agencias gubernamentales de Washington
están comprometidas sólo con la salud del dólar y con la seguridad nacional
de los Estados Unidos, con el cumplimiento de sus leyes impositivas y con el
crecimiento y la estabilidad de su economía; todo el resto es un juego de
dialéctica política.

Aduciendo que al luchar contra el lavado de dinero los bancos sufren graves
cargas administrativas, el gobierno de los Estados Unidos flexibilizó el
sistema de normas que exige a aquellos declarar las transacciones en
efectivo realizadas por su clientes. Según disposiciones establecidas por el
FINCEN -oficina antilavado de la secretaría del Tesoro- desde setiembre de
1998, los bancos pueden efectuar operaciones en efectivo con la mayoría de
los clientes comerciales sin tener que cumplir con las comprobaciones sobre
el origen de fondos que se exigían para todos los depósitos superiores a los
10.000 dólares, comprobaciones que quedaron vigentes sólo para clientes
personales y para un pequeño grupo de empresas excluidas de ese privilegio.
"Estoy muy satisfecho con el resultado de las nuevas medidas", dijo feliz de
la vida John Byrne, uno de los principales asesores jurídicos de la
Asociación de Banqueros de los Estados Unidos.

Planteado el problema en estos términos, las grandes corporaciones
financieras tienen en claro que su propios intereses dependen del flujo de
capitales de que dispongan los principales centros de riesgo financiero del
planeta -los llamados mercados emergentes- y no les importa el color ni la
legalidad de esos flujos.

La ecuación es muy simple: para que la rueda dineraria del mundo globalizado
siga funcionando, el sistema necesita de dos masas monetarias (la
sistemática y la asistemática) que no se desequilibren y se compensen en
forma recíproca. Ya vimos que, por ahora, el mundo globalizado necesita del
dinero sistemático porque sin él es imposible pensar en bases imponibles,
pero también necesita de la segunda, para lavarlo oportunamente porque el
dinero sistemático no alcanza para financiar el engranaje planetario, y
sobre todo porque se trata de una masa monetaria que se exime de los costos
impositivos originales, lo que equivale a decir que constituye lo que se
llama capital neto.

Esa ecuación debe mantenerse en equilibro. Si la masa de dinero legal
aumenta demasiado en desmedro de la masa de origen negro, disminuye el
capital neto, se achica la capacidad de pago de los deudores, decrece la
inversión y aumenta el desempleo. Si, al revés, la que se sale de cauce es
la masa en negro, entonces se achican las bases imponibles y corre peligro
la existencia burocrática de la maquinaria estatal que todavía necesita el
Imperio Global Privatizado. Las instituciones de contralor y policía creadas
y mantenidas por los Estados centrales tienen por fin controlar el
equilibrio de esa ecuación y bregar para que la mayor parte posible de
capitales negros se laven en sus respectivas bancas de bandera.

A Estados Unidos, por ejemplo, no le interesa si las grandes corporaciones
que tienen sede principal en su territorio evaden impuestos en otros países;
es más, le conviene que así sea, porque se trata de sumas de dinero a lavar
a través de la propia banca norteamericana.

Pero no debemos equivocarnos. Estos mecanismos del capitalismo, amparados en
el doble discurso, en el velo de los políticamente correcto, no nacieron con
el Imperio Global Privatizado. Surgieron con los orígenes mismos del
capitalismo y se consolidaron durante el período preimperialista. Buena
parte de la acumulación financiera de Gran Bretaña durante los siglos XVIII
y XIX fue posible gracias a los fondos clandestinos que generaba el tráfico
de opio en China y en todo el Lejano Oriente. Para administrar esos fondos,
la Compañía de las Indias Orientales, la corporación privada a través de la
cual la Corona ejercía su potestad en aquellas colonias, fundó el Hong Kong
and Shangai Bank. En ese banco se formaron personajes como Cecil Rhodes, uno
de los pioneros en los negocios de Wall Sreet.

En 1776, un empleado de la Compañía de las Indias Orientales escribió: "Los
servidores de la compañía han intentado en varias ocasiones establecer en
provecho propio el monopolio de algunas de las más importantes ramas no sólo
del comercio exterior, sino del comercio interno del país (...). En el
transcurso de uno o dos siglos, la política de la compañía inglesa habrá
resultado tan destructiva como la de la holandesa (...). No obstante, nada
puede ser más directamente contrario al interés real de las compañías en
tanto soberanas de los países que han conquistado (...). Está en su interés-
del soberano- por consiguiente, aumentar en lo posible ese producto -el
opio- anual. Pero si bien esto corresponde al interés de todos los
soberanos, lo es peculiarmente de aquellos cuyas rentas, como las del
soberano de Bengala, surgen principalmente de la renta del suelo. Esa renta
debe guardar proporción, necesariamente, con la cantidad y calidad del
producto, y tanto la una como la otra deben depender de la extensión del
mercado". Ese empleado de la Compañía se llamaba Adam Smith -padre de la
economía política del capitalismo moderno- y el texto pertenece a su obra
capital, "La riqueza de las naciones".

Y para finalizar, valga el siguiente recordatorio: el Hong Kong Shangai Bank
fundado para hacer circular los tesoros del opio en aquella lejana China es
el mismo Hong Kong Shangai Bank (HSBC) que participó, junto a otras varias
corporaciones financieras, en el saqueo que está sufriendo la Argentina.

El autor de esa nota es periodista y escritor argentino. Es autor de varios
libros, entre ellos "El color del dinero" (1999) y "Bush & ben Laden S.A"
(2001). Durante casi tres décadas ejerció el periodismo en distintas
agencias internacionales de noticias y en periódicos y revistas de América
Latina y Europa. Actualmente vive en Buenos Aires y ejerce el periodismo
independiente. Es columnista de "El Corresponsal de Medio Oriente y
Africa"(www.elcorresponsal.com). A fines del año pasado lanzó el proyecto de
La Otra Aldea, como espacio de debate y reflexión sobre el Imperio Global
Privatizado.



http://empresaoffshore.blogspot.com

8.6.02

Negocio de la banca offshore en la crisis argentina (1)


Este es el primer post sobre la primera parte del articulo "La crisis argentina, un gran negocio de la banca "offshore"", publicado por Víctor Ego Ducrot en http://lists.econ.utah.edu/pipermail/reconquista-popular/2002-May/002274.html.


. Escenarios como el argentino son alentados y usados por los paraísos
fiscales . Los bancos saquearon 110.000 millones de dólares en 14 meses .
Estados Unidos se benefició con una gigantesca operación de lavado . Después
del 11-9-01, Washington necesitó 500.000 millones . Las corporaciones
comprarán lo que queda de Argentina a precio de remate . Finalmente se
quedarán con su territorio . Es parte de la estrategia del Imperio Global
Privatizado

El saqueo sufrido por la Argentina sólo fue posible porque existió una
estrategia deliberada en ese sentido. Una estrategia apoyada sobre el
sistema "offshore" de la banca mundial, y diseñada y ejecutada por las
corporaciones financieras de las principales facciones del Imperio Global
Privatizado (IPG). Para ello, los saqueadores contaron con la complicidad
activa del establishment político y económico vernáculo.

En su libro "El color del dinero" (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires,
1999), el autor de esta nota reveló los mecanismos que el corporativismo
financiero globalizado estaba poniendo en funcionamiento para convertir a la
Argentina en un paraíso para la especulación y la fuga de capitales,
mecanismos que vienen aplicándose, a veces con características e intensidad
distintas, a lo largo y a lo ancho de todo el mundo "en desarrollo" o
dependiente.

Ese libro fue publicado mucho antes que el tema "lavado de dinero" estallará
sobre el tablero político local. Cuando ello sucedió -el año pasado-, una
comisión investigadora del Parlamento concluyó con un informe que, en
términos generales, confundía lavado con ennegrecimiento de fondos,
sosteniendo entonces que en Argentina se "blanquearon" enormes fortunas
cuando los hechos ocurrieron exactamente al revés: el país fue víctima de un
incesante drenaje de capitales.

Esta confusión no es un dato menor. En primer lugar, impide entender los
hechos mismos y la estrategia aplicada por el IPG. Pero además, de ella se c
oncluye que Argentina forma parte del mercado receptor de capitales netos,
cuando, como la mayoría de los países en desarrollo, sólo recibe inversiones
nominales -ej. la compra de activos públicos mediante títulos de deuda y
líneas de créditos externas, obtenidas por los compradores de esos activos-
o especulativas, con fondos volátiles.

Esos errores conceptuales conducen a creer que sólo es necesario emprolijar
y transparentar el modelo vigente, cuando lo que Argentina y el mundo "en
desarrollo" necesitan -y los hechos locales así lo demuestran- es revertir
ese modelo, romper con la lógica del poder e impedir que el Imperio Global
Privatizado siga adelante con su estrategia.

En su primer capítulo, "El color del dinero" anticipó los mecanismos básicos
y el modus operandi utilizados por los principales bancos del sistema para
fugar sus capitales de la Argentina. También dejó asentado que muchos de
esos mecanismos funcionaban a la luz del día, a la vista de quien quisiera
verlos.

Recordemos entonces un extracto de ese texto:

Las once y media de la mañana es una buena hora para quien quiera sacar del
país sus ahorros o fortunas sin salir del centro de Buenos Aires, y por
supuesto, sin tener que recurrir a esos cinematográficos pero engorrosos y
onerosos periplos que suelen verse en las pantallas de televisión (...). Que
el interesado camine por la peatonal calle Florida hasta el número 183.
Cuando llegue vera que se encuentra justo a la puerta del Citibank de Buenos
Aires.

Una vez allí debe subir hasta el segundo piso y preguntar por algún oficial
de cuenta de la gerencia comercial de Priority Banking. El conserje, un
hombre atildado y de muy refinadas maneras, le indicará entonces que suba un
piso más, que allí lo atenderán. La tercera planta de la casa central del
Citibank de Buenos Aires está instalada con esa combinación de confort y mal
gusto que sólo los norteamericanos son capaces de sintetizar. (...) Al rato
aparece nuestra oficial de cuentas.

-Encantada. Pase por aquí.

-Ducrot, mayor gusto. Soy uno de los gerentes socios de Compacta SRL -está
claro que se trata del nombre ficticio de una empresa inexistente-, una
consultora especializada en el sector de química industrial (...) Como hemos
abierto una importante línea de negocios con el exterior queremos saber si
el banco puede asesorarnos en dos tópicos.

-Usted dirá.

-En primer lugar necesitamos abrir una cuenta en el exterior para hacer
operaciones sobre la cuales no queremos dejar ningún rastro, ¿me entiende?

-Sí, creo que sí.

-En pocas palabras, no queremos que la Dirección General Impositiva conozca
la existencia de esos fondos. Y la segunda cuestión consiste en saber si
ustedes pueden ayudarnos a crear una empresa "offshore", fuera de la
Argentina; es que pretendemos facturar desde allí muchos de nuestros
negocios en el exterior. ¿Me explico?

-Bien, son asuntos diferentes. Primero veamos lo de la cuenta corriente.
Nosotros, en principio, sólo operamos con cuentas personales. Si lo que
quieren ustedes es abrir una cuenta a nombre de la empresa, entonces deberé
hacer algunas consultas en una de nuestras oficinas. Yo puedo asesorarlos
respecto de la primera opción, es decir una cuenta personal, que puede tener
uno o más titulares.

-Bueno, ése podría ser un camino, porque nosotros somos cuatro socios.

-Perfecto. Es muy sencillo. Podemos abrirles una cuenta corriente en el
Citibank de Nueva York o en el Citibank de Miami, que ustedes operarían
desde aquí como cualquier otra cuenta corriente. En principio se necesita un
depósito inicial de 100.000 dólares (...). Ustedes nos indican día, lugar y
hora y uno de nuestros operadores los visita, es todo. Quiero aclararles que
estas cuentas se manejan como cualquier otra cuenta, aunque tienen una
ventaja adicional, su costo es cero. Además, el banco les extiende la
correspondiente Citicard, la que puede ser usada desde cualquiera de
nuestras terminales en red.

Había llegado el momento de formular dos preguntas muy concretas: ¿es cierto
que las operaciones hechas a través de este tipo de cuentas no dejan rastros
locales? ¿debemos acaso explicar, justificar o documentar el origen de
nuestros depósitos?

Las respuestas fueron tan claras como escuetas, y sonaron contundentes: es
absolutamente cierto, las operaciones se realizarán en el exterior, y el
origen del dinero es una cuestión que compete al cliente (...).

El otro día llegó y la "broker" del Citibank volvió a recibirnos sentada a
su escritorio semicircular. "Estuve conversando con la gerencia del sector y
me dijeron que sí, que podemos ayudarlos a constituir la sociedad que
necesitan, pero tiene que ser una entidad con un piso de facturación inicial
no menor a los tres millones de dólares. Si están de acuerdo deberíamos
organizar una reunión con sus abogados y contadores, en la que se tratarán
todos los detalles sobre costos, requisitos legales, lugares y operatorias",
fue la respuesta de la ejecutiva del Citibank.

Así quedó Argentina

El país está roto. Oficialmente se reconoce que el 50 por ciento de la
población vive en la pobreza y encuestas privadas no desmentidas indican que
el 57 por ciento de los casi 7 millones de menores de 14 años se reparte
entre la miseria y la indigencia. El sistema productivo está paralizado. Con
más de un 100 por ciento promedio de aumento en los precios, la
hiperinflación se encuentra a un paso.

El aparato productivo se encuentra paralizado y el sistema bancario y
financiero estalló por los aires. El gobierno de facto del peronista Eduardo
Duhalde (de facto porque nació como provisional y se autoconstituyó como
ordinario, sin mandato alguno del electorado) es repudiado por el 80 por
ciento de la población. Los legisladores (representantes del pueblo) no
pueden aparecer en público porque el mismo pueblo los abuchea, golpea y
escupe. Los miembros de la Corte Suprema y la mayoría de los jueces son
acusados de corruptos y sufren idénticas formas de rechazo popular. En medio
del desastre, el stablishment (los partidos peronista y radical, sus
circunstanciales aliados de derecha o "progresistas", las grandes
corporaciones empresarias y financieras, sus portavoces -economistas y
medios de comunicación) apuestan todo a un acuerdo con el FMI para perpetuar
el modelo que tantos éxitos le deparó. Los sectores populares, sobre todo
las fuerzas de izquierda, no logran articular ni un método ni un discurso
que pueda aglutinar y encauzar la creciente protesta social inorgánica. En
ese marco, el Imperio Global Privatizado avanza hacia su objetivo de máxima:
depreciar tanto a la Argentina y licuar su sistema político de forma tal que
se creen las condiciones para tomar por asalto no sólo lo queda de su
aparato productivo (empresario) sino su territorio, su subsuelo y sus
recursos naturales.

Esa estrategia se orienta hacia una reformulación del sistema político y
administrativo, con mayores autonomías provinciales, nuevas
regionalizaciones asociadas directamente a las corporaciones financieras
globalizadas y la dolarización efectiva -no ya de hecho- de todo el sistema
económico. Esos planes del IPG fueron expuestos públicamente por economistas
del MIT y son alentados en el país por "consultores" como Henry Kissinger,
contratados por el gobierno de facto de Eduardo Duhalde. Los "técnicos" del
proyecto ya realizaron en la Patagonia un encuesta tendiente a determinar
cual es nivel de aceptación popular de una iniciativa de regionalización.

Mientras tanto, casi nadie atina a desenredar la verdadera madeja tejida por
el Imperio Global Privatizado (IPG) para hacer de la Argentina lo que
actualmente es. El stablishment sabe lo que sucedió -porque a su cargo
estuvo la realización interesada del desaguisado- y trata de ocultar la
verdadera naturaleza de los hechos. Por su parte las fuerzas del cambio se
pierden en un mar de confusiones porque no se animan a romper con el
discurso ni con la lógica del poder: aceptan sus categorías visibles y
desconocen las subterráneas, las de la metapolítica y la metaeconomía de
fondo, las que verdaderamente vienen movilizando al capitalismo desde los
tiempos de su primera acumulación y las que han hecho posible este nuevo
estadio que denominamos Imperio Global Privatizado.

El botín argentino se convirtió en "offshore"

Ante la evidencia del desastre, desde distintas usinas informativas están
quemándose las neuronas para calcular la situación en cifras comprensibles y
entender los mecanismos del saqueo. En un artículo anterior de "La Otra
Aldea" demostramos que la banca extranjera acreedora -muy especialmente la
norteamericana, perteneciente a la facción dominante del IPG- se está
quedando con todo lo que -una vez más- pasamos a detallar:

Con los casi 47.000 millones de dólares en billetes que el sistema bancario
confiscó a los ahorristas -físicos e institucionales- que quedaron atrapados
en el "corralito". Luego, y con el aval del gobierno que dispuso la llamada
"pesificación", comenzaron a "devolver" esos ahorros, por goteo claro, pero
en pesos que ya fueron devaluados en más de un 300 por ciento.

Debido a la iliquidez total que se produjo en el mercado, acentuada por la
constante alza de precios desde que se salió del régimen de
"convertibilidad" los ahorristas de la clase media para arriba están siendo
obligados a deshacerse de los dólares que tiene fuera del sistema bancario
(bajo el colchón), operaciones éstas que pueden llegar a representar un
total de 16.000 millones de dólares."




Nota: El autor de esa nota es periodista y escritor argentino. Es autor de varios
libros, entre ellos "El color del dinero" (1999) y "Bush & ben Laden S.A"
(2001). Durante casi tres décadas ejerció el periodismo en distintas
agencias internacionales de noticias y en periódicos y revistas de América
Latina y Europa. Actualmente vive en Buenos Aires y ejerce el periodismo
independiente. Es columnista de "El Corresponsal de Medio Oriente y
Africa"(www.elcorresponsal.com). A fines del año pasado lanzó el proyecto de
La Otra Aldea, como espacio de debate y reflexión sobre el Imperio Global
Privatizado.




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